Extracto del Discurso de recepción del premio Nobel.
De la esencia de nuestra verdadera condición, su complejidad, su confusión, su dolor, percibimos a veces destellos, en lo que Proust y Tolstói consideran "impresiones verdaderas". Esa esencia sale a la luz y luego vuelve a ocultarse. Cuando desaparece nos deja en la duda. Pero seguimos en contacto con las profundidades de donde surgen esos destellos. La percepción de nuestras verdaderas capacidades - capacidades que parecen provenir del universo propio- también es cambiante. Somos reacios a hablar de estas cosas porque no hay nada que podamos probar, porque nuestro lenguaje es inadecuado, y porque no mucha gente está dispuesta a correr el riesgo del bochorno. Tendrían que decir: "Hay un espíritu", y eso es tabú. De manera que casi todo el mundo calla, aunque casi todo el mundo tenga conciencia de ello.
El valor de la literatura radica en esas intermitentes "impresiones verdaderas". Una novela discurre entre el mundo de los objetos, de las apariencias, y ese otro mundo, del que proceden las "impresiones verdaderas" y que nos lleva a creer que el bien al que nos aferramos con tanta tenacidad no es una ilusión...
Una novela se compone de una cuantas impresiones verdaderas y de la multitud de falsas que conforman la mayor parte de lo que denominamos vida. La novela nos dice que para cada ser humano hay una diversidad de existencias, que la misma existencia individual es en cierta medida una ilusión, que esas numerosas existencias significan algo, tienden a algo, logran algo; nos promete sentido, armonía, e incluso justicia. Lo que decía Conrad es verdad: el arte trata de encontrar en el universo, tanto en los asuntos de la materia como en los hechos de la vida, lo que es fundamental, perdurable, esencial.